domingo, 3 de octubre de 2010

Ver

-I-
Entenderlo todo: ver.
Eso es lo que haces al contemplar
el lento florecer
de la rosa. Mirar
lo que nadie más ve.



-II-

El reflejo ámbar
de un atardecer de julio
inundando mis ojos, perdiéndose en mis ojos,
¿es lo que hace de mí un hombre diferente?

No lo creo. Es mi forma de mirar
desde adentro las cosas lo que más me distingue,
lo mejor de mí mismo, lo más puro y sincero
que tengo como hombre.

Yo soy esa mirada.



-III-

Tú no eres el que eras.
El que eras
ya fuiste, y ahora
eres este otro.
Aunque pensar en uno te desvela
y recordar al otro duele un poco.

Porque se fueron los días, pasaron
como todo lo bello de la vida,
dejándote en la boca
un sabor indescriptible
de tanta despedida.

Ya no eres el que eras, pero a veces,
entre sepias, azules y recuerdos,
te reconoces en algún escrito.

Niño, muchacho y hombre,
entonces tiene un aire, un brillo,
un algo que perdura
a lo largo del tiempo…



-IV-

Era el mar un sueño infinito
de azul y verde
y yo sólo un muchacho
que soñaba palabras
e imaginaba caricias.

Entonces vi el destello
de una luz,
una sombra dorada
surgiendo entre las olas del inmenso nocturno.

Duró sólo un instante
aquella visión fugaz de la belleza.

Luego olvidé y pasaron los años…

¿Porqué vuelve aquel muchacho
soñador y silencioso a buscarme?



-V-

Se me quedó en los ojos, más adentro,
en mi forma de ver el mundo,
un atardecer de otoño
de ocres y ternura.

Finalizaba octubre.
Aproximadamente otoño.
Un sol nostálgico dejó una estela
de colores mágicos en el cielo.

En mis ojos,
llenos de ti, de luz y de belleza,
quedó el reflejo de una tarde eterna.


Davide